Literatura

sábado, 7 de julio de 2012

Dennis Nilsen, "El Estrangulador de Muswell Hill"



“Una mente puede ser perversa sin tener que ser anormal”.
                                           Croom-Johnson, magistrado

Dennis creció con su madre, su hermano mayor y su hermana pequeña, pero la influencia más fuerte era la de sus severos, estrictos y cariñosos abuelos. Eran pescadores descendientes de varias generaciones de marineros. Estas familias de los pueblos pescadores de Aberdeenshire eran fatalistas en cuanto a su visión del mundo; la mayoría había perdido a algún miembro de la familia en el mar. El océano ejerció una extraña fascinación sobre Nilsen. A los ocho años fue rescatado de morir ahogado en el puerto de Fraserburgh por un desconocido. Recordaba la experiencia con placer.

Las familias estaban también profundamente emparentadas. Después de siglos de matrimonios entre los miembros de la misma comunidad, había frecuentes casos de inestabilidad mental. Algunos de los antepasados de Dennis Nilsen, por el lado de su madre, sufrieron problemas mentales y hubo casos de suicidio.

Nilsen creció compartiendo una sola habitación con su madre, su hermano y hermana en Academy Road nº 47, la casa de sus abuelos. Era una familia feliz aunque muy disciplinada. La infancia de Nilsen transcurrió en un ambiente severo y represivo de acuerdo con los métodos pedagógicos de la época. Pasó su infancia en una atmósfera de fundamentalismo religioso. Era retraído, hosco e intratable. Se encerró en un intenso mundo privado en el que nadie podía penetrar, excepto su abuelo. Andrew Whyte era el héroe de Nilsen. Le contaba al niño cuentos sobre las olas del mar, le llevaba sobre sus hombros a dar largos paseos por la playa y volvían a casa cuando se dormía en sus brazos. Cuando el abuelo regresaba del mar toda la familia sabía que volvía a casa para estar con Dennis.

Andrew tuvo un ataque al corazón en el mar en 1951. Llevaron su cuerpo en un tren a Fraserburgh y de allí a la casa de la familia, donde pusieron su ataúd sobre la mesa del comedor. A Dennis no le advirtieron que su abuelo estaba muerto. Le dijeron que entrase y viera al abuelo, y a los dieciséis años tuvo la primera visión de un cadáver. Desde ese momento, las imágenes de muerte y amor se fusionaron en su mente. Quería estar con su abuelo. Quería estar muerto.

El chico se retiró aún más al secreto mundo de su imaginación. Tenía pocos amigos y no se consideraba digno de tener los que tenía. Al llegar a la pubertad se dio cuenta de que le atraían los chicos, y pensó que esto aún lo marcaba más como un ser diferente. Durante sus años en el colegio, Nilsen no tuvo relaciones de ninguna clase. En la escuela Strichen se mantenía apartado de los demás.

Desarrolló una obsesión por un chico de la clase de su hermana que era hijo de un pastor local. No se atrevía a acercársele y sólo lo miraba en el recreo y trataba de estar cerca de él. No habló con él nunca. Tuvo otra obsesión por un chico, Pierre Duval, que no era sino un grabado del libro que Nilsen utilizaba para las lecciones de francés.



Pierre Duval: enamorarse de un dibujo


Nilsen pronto dejó la escuela. Se alistó en el Ejército a los quince años y pasó los tres primeros años, de 1961 a 1964, en Aldershot, como soldado entrenador. Luego describiría estos años como los más felices de su vida. Pasados los exámenes, se unió al cuerpo de abastecimientos y fue destinado a Osnabruck en Alemania, donde empezó a beber. Después de un corto período en Noruega fue destinado a Aden, en Oriente Medio, donde los ingleses estaban metidos en una guerra antiterrorista. Hacia 1969 le enviaron a Berlín con los Highlanders, allí tenía la misión del abastecimiento para la comida de los oficiales. Doce meses después se encontró como responsable de la cocina para los mandos de la Guardia Real de la Reina en Balmoral, Escocia. En 1971, se unió a los 242 Signals en las islas Shetland. Aprendió a utilizar un cuchillo de trinchar y a descuartizar reses. La vida en el ejército lo convirtió en un compañero divertido y distinto, aunque nunca en un amigo íntimo. Había un soldado a quien él admiraba en particular. Nilsen le persuadió para que posara para fotografías en el campo tumbado como si hubiera caído en una batalla.


En el Ejército



En 1972 Nilsen se incorporó a la Escuela metropolitana de adiestramiento de Policía en Londres. Después de realizar un curso intensivo de dieciséis semanas fue destinado a la Comisaría de Willesden Green con el rango de Guardia Policía Q287. Parte de su adiestramiento incluía una visita al depósito de cadáveres, donde los guardias recientemente graduados se iniciaban en el hábito de ver muertos. Los cadáveres parcialmente disecados fascinaron a Nilsen. Apenas un año después dejó la Policía, cosa que sorprendió a sus colegas, quienes lo veían como un buen trabajador que disfrutaba con el oficio.

En la Policía


Su obsesión con la idea de la muerte asumió manifestaciones diversas. Pretendía ser él mismo un cadáver, tumbado frente a un espejo, e intentaba simular la muerte poniéndose maquillaje azul en los labios y haciendo que los ojos parecieran inyectados en sangre, y cubría su piel blanca con talco. Mientras se trató de fantasías privadas, estuvo a salvo, pero las presiones internas para hacer real la experiencia de la muerte crecían. los días libres volvía a la oficina con Bleep, una perra blanca y negra que tenía un ojo ciego, a la cual Nilsen adoraba.

Bleep, la mascota del asesino


Nilsen deseaba la seguridad de una compañía duradera. Una tarde, en 1975, conoció a un hombre joven, David Gallichan, a la salida de un pub, y al día siguiente decidieron instalarse juntos. Ambos se mudaron al piso con jardín de la Avenida Melrose nº 195, y con la perra Bleep y un gato formaron algo parecido a un grupo familiar que duró dos años. Estaba alborozado. Por fin había encontrado a alguien con quien compartir su vida. A Gallichan le apodaba «Twinkle». Mientras Dennis iba a la oficina, David se encargaba de decorar el piso. Pero la convivencia entre ambos era frágil y Gallichan se mudó en el verano de 1977. Nilsen entonces se convenció de que no era fácil vivir con él y cada vez más sus pensamientos eran dominados por un sentimiento de soledad y desesperación.

El 1 de enero de 1979, Dennis Nilsen se despertó y encontró a Stephen Dean Holmes, un chico irlandés de apenas catorce años, que había conocido la noche anterior, durmiendo. Se habían conocido en un pub y luego volvieron a la Avenida Melrose, donde había visto llegar el Año Nuevo juntos, bebiendo hasta quedar inconscientes. Nilsen tenía miedo de que cuando el chico se despertara lo dejase, pues él quería que se quedara. Las ropas del chico estaban en el suelo con la corbata del propio Nilsen. Vio la corbata y supo lo que tenía que hacer. Montándose sobre el chico en la cama, puso la corbata alrededor de su cuello y apretó fuertemente. Inmediatamente el joven despertó y comenzaron a luchar rodando por el suelo. Nilsen apretaba con fuerza. Después de aproximadamente un minuto, el cuerpo de la víctima estaba débil pero aún respiraba intermitentemente. Nilsen fue a la cocina y llenó un cubo con agua. Metió la cabeza del chico en el cubo hasta que se ahogó. Después Nilsen llenó la bañera y llevó el cuerpo al baño para limpiarlo. Pasó largo tiempo secándolo para asegurarse de que quedara sin manchas, y vistió el cuerpo con calzoncillos limpios y calcetines. Durante un tiempo se acostó en la cama abrazado al cadáver, luego lo colocó en el suelo y se puso a dormir.

Al día siguiente quería ocultar el cuerpo bajo las baldosas del suelo, pero el rigor mortis había comenzado y estaba rígido. Lo cogió otra vez y decidió esperar a que los miembros estuviesen más flojos, después de que el rigor mortis hubiera pasado. Sacó a su perra Bleep a pasear y se fue a trabajar. Cuando el cadáver pudo ser manejado, Nilsen lo limpió otra vez. Esperaba ser arrestado en cualquier momento y se quedó sorprendido al ver que nadie llamaba a su puerta. No parecía que nadie echase de menos a la persona cuya vida había arrebatado. La experiencia, aunque satisfizo las ahora necesidades dominantes de su fantasía, también lo asustó y estaba determinado a que no volviese a ocurrir. Decidió dejar de beber. Después de una semana viviendo con el cadáver, Nielsen lo ocultó bajo el suelo. El cuerpo permaneció allí casi ocho meses. Nilsen comenzó entonces la práctica de tomar fotografías de los cadáveres de sus víctimas.



Nilsen con su cámara fotográfica


Pasó casi un año antes del segundo crimen, y la víctima iba a ser la única cuya desaparición tuvo eco en la prensa. Kenneth Ockendon era un turista canadiense que estaba de vacaciones en Inglaterra para visitar a su familia. El 3 de diciembre de 1979 conoció a Nilsen en un pub del Soho y empezaron a charlar pagando cada uno una ronda de cerveza. Ockendon aceptó ir al piso de Nilsen a comer algo. Pararon en una taberna, compartieron la cuenta, y volvieron a la Avenida Melrose, donde se sentaron frente al televisor. Ockendon miró varias veces un mapa de Londres y Nilsen le explicó cómo llegar a varios sitios de interés; las huellas dactilares quedarían en ese mapa, que Nilsen conservaría sin saber que se convertiría en una prueba en su contra.

Al ir pasando la tarde, Nilsen se iba dando cuenta de que Ockendon se iría y volvería a Canadá pronto. Sus sentimientos de un inminente abandono eran similares a los que tuvo cuando mató al chico irlandés. Era de noche y habían bebido grandes cantidades de ron. Ockendon estaba oyendo música por los auriculares. Nilsen afirmaría que no recordaba haber puesto el cable de los auriculares alrededor del cuello de Ockendon, pero sí haberle arrastrado y forcejeado en el suelo porque él también quería oír la música. La perra, Bleep, estaba ladrando frenéticamente en la cocina. Nilsen desenredó los auriculares del cuello de su amigo, se los puso y escuchó discos mientras se servía otra bebida. Después cargó el cadáver sobre sus hombros y lo llevó al baño para lavarlo y secarlo. Lo colocó a su lado en la cama y se puso a dormir.

Al despertarse a la mañana siguiente, guardó el cuerpo en un armario y se fue a trabajar. Cuando llegó al piso esa tarde, cogió el cadáver otra vez y lo sentó en una silla de la cocina mientras lo vestía con calcetines limpios, calzoncillos y camiseta. Hizo algunas fotos con su cámara Polaroid poniendo el cuerpo en varias posiciones, y luego lo colocó junto a él en la cama mientras se acostaba para ver la televisión. En las dos semanas siguientes, Nilsen se sentaba regularmente frente al televisor con el cuerpo de Ockendon en una butaca próxima a él. Luego le quitaba la ropa, lo envolvía en cortinas y lo ocultaba bajo las baldosas durante la noche. La desaparición del turista canadiense fue objeto de las noticias durante varios días. Nilsen pensó que debería haber varias personas que podían haberles visto juntos en el pub, en Trafalgar Square, o en la taberna. Esperó a que los policías llamaran a su puerta, lo interrogasen, y probablemente lo arrestasen. Pero otra vez nada sucedió.

Después de esto, la incidencia de los crímenes de Nilsen se hizo más frecuente. Durante los siguientes veinte meses en que fue inquilino del piso bajo de la Avenida Melrose nº 195, otros diez hombres murieron, a veces dos en el mismo mes. El asesinato se había convertido en un hábito, un placer ya no atemperado por inhibición o frenado por el miedo a ser descubierto. Era imposible predecir qué podía poner en movimiento un impulso asesino, aunque el encuentro que conducía a uno, casi siempre, ocurría en un pub, y especialmente en uno frecuentado por jóvenes homosexuales solteros, solitarios y sin hogar. Nilsen empezaba a entablar conversación con alguno, lo invitaba a beber, ofrecía consejo y buena compañía.

Martyn Duffey era el típico joven sin rumbo que podía ser fácilmente atrapado por un hombre como Dennis Nilsen. Conoció a Dennis Nilsen poco antes de su décimo séptimo cumpleaños: su compartida experiencia en cocina probablemente les dio algo de que hablar. Duffey se fue con Nilsen, bebió dos latas de cerveza y se arrastró hasta la cama. En la oscuridad, Nilsen se sentó a horcajadas sobre él y lo estranguló. Quedó inconsciente pero aún vivo. Nilsen lo llevó a la cocina, llenó el fregadero con agua y sumergió la cabeza del chico durante cuatro minutos. Luego lo arrastró hasta el cuarto de baño, lavó el cadáver y lo volvió a llevar al dormitorio. Nilsen declaró tras su detención que lo guardó también en el armario, pero que dos días después lo encontró hinchado y lo ocultó bajo las baldosas.


William “Billy” Sutherland tenía veintisiete años cuando conoció a Nilsen en un pub cerca de Circus. Procedía de Edimburgo. Los dos hombres pasaron la tarde de bar en bar, y acabaron cerca de Trafalgar Square. Entonces Nilsen, cansado de andar, dijo que se iba a casa. Se dirigió a la estación de metro de Leicester Square y compró un billete. Al darse la vuelta, vio a Sutherland detrás de él. Sutherland le dijo que no tenía a dónde ir, por lo que Nilsen compró otro billete y lo llevó a la Avenida Melrose. Sutherland murió porque era un estorbo. Nilsen no tenía un recuerdo especial de haberlo matado, sólo recordaba el estrangulamiento frente a frente y que a la mañana siguiente había un cadáver.

La muerte de Malcolm Barlow fue aún más casual. Tenía veinticuatro años y estaba completamente solo. El 17 de septiembre de 1981, estaba tirado en la acera de la Avenida Melrose, la espalda contra la pared del jardín, cuando Nilsen salía de su casa camino del trabajo. Nilsen le aconsejó que fuera a un hospital y ayudándolo lo llevó a su casa piso y le preparó una taza de café. Dejándolo allí con su perra, Nilsen se acercó a una cabina telefónica y llamó a una ambulancia. Llegó diez minutos después y se llevó a Barlow al hospital Park Royal. Barlow salió del hospital al día siguiente y firmó en la Oficina Local. A continuación volvió a la Avenida Melrose y esperó en las escaleras de la casa a que Nilsen volviera del trabajo. Cuando Nilsen le vio, se sorprendió: "Suponía que estabas en el hospital”, dijo. Cuando Barlow le contestó que ya se encontraba bien, Nilsen lo invitó a pasar. Nilsen preparó una comida para Barlow y se sentó con él a ver la televisión. Nilsen se sirvió una copa. Barlow pidió a su vez otra, pero Nilsen le dijo que no debería mezclar alcohol con pastillas. Barlow tomó dos rones con Coca-Cola y se durmió profundamente en el sofá. Aproximadamente después de una hora, Nilsen trató de reanimarle, dándole ligeras bofetadas, pero estaba demasiado atontado para moverse. Nilsen pensó que tendría que llamar a una ambulancia otra vez, pero no le importaba gran cosa. Estranguló a Barlow porque le estorbaba, y después siguió bebiendo hasta que llegó la hora de acostarse. A la mañana siguiente, no estando de humor para levantar las baldosas donde yacían seis cadáveres, puso el cuerpo debajo del fregadero de la cocina y salió a trabajar a la Oficina de Empleo. Barlow fue la última persona que murió en la Avenida Melrose. “Lamento que se las arreglara para encontrarme otra vez”, escribió su asesino en su diario.

Muchas víctimas nunca fueron identificadas. Había un hippie melenudo, un hombre joven demacrado, y un cabeza rapada con las palabras “Cortar aquí” tatuadas alrededor de su cuello. La muerte de otra de las víctimas sin nombre en 1981 era recordada por Nilsen con escrupuloso detalle: “Estaba retorciéndole el cuello y recuerdo que quería ver más claramente su aspecto. No sentía ninguna resistencia. Me senté en la silla y puse su cuerpo caliente, fláccido y desnudo entre mis brazos. Su cabeza, brazos y piernas colgaban fláccidamente y parecía estar dormido. Al levantarme a la mañana siguiente lo dejé sentado en el armario y me fui a trabajar. No volví a pensar en el asunto hasta que volví a casa esa tarde. Me puse unos jeans, comí y encendí la televisión. Abrí el armario y levanté el cuerpo. Lo lavé, lo vestí y lo senté frente al televisor. Le hablé de la jornada con comentarios irónicos acerca de los programas de la televisión. Recuerdo haberme asustado por tener un control absoluto sobre ese cuerpo tan bello. Estaba fascinado por el misterio de la muerte. Le susurraba porque creía que él todavía estaba realmente allí. Pensaba que él nunca habría sido tan querido antes en su vida. Después de una semana lo metí debajo de las baldosas”.

Vivienne McStay y Monique Van Rutte eran vecinas de Nilsen. Dijeron que era"una persona maravillosa, un caballero de brillante armadura. Nos engatusó con sus palabras". Compartir el piso con varios cadáveres no le importaba a Nilsen. Sólo se convirtió en un problema cuando no hubo espacio libre para un nuevo cadáver. Su primera víctima fue incinerada en una hoguera en el jardín de la Avenida Melrose, después de haber estado bajo el suelo siete meses y medio. A finales de 1980 había acumulado otros seis cadáveres. Algunos yacían bajo las baldosas y otros habían sido troceados y metidos en maletas que había guardado en el cobertizo del jardín. Nilsen levantó las baldosas, dejó los cadáveres en el suelo de la cocina y después de un par de bebidas alcohólicas empezó la tarea de descuartizar los cadáveres y a colocar los trozos en bolsas. Los órganos internos fueron los más fáciles de desaparecer. Nilsen los esparció por la tierra entre dos cercados a un lado del jardín y en menos de dos días habían desaparecido, comidos por las moscas, las ratas y los pájaros.

A principios de diciembre de 1980, Nilsen encendió una hoguera enorme y fue echando trozos de los cadáveres, envueltos en pedazos de alfombra. Un viejo neumático de un coche fue colocado en lo alto para disimular el olor de la carne humana quemada. El fuego ardió durante todo el día y Nilsen siguió alimentándolo de vez en cuando. Los niños del lugar se reunieron alrededor para ver la cremación, celebrando con risas el fuego. Nilsen tuvo que encender una hoguera más en la Avenida Melrose antes de irse a su nuevo departamento y comenzar una nueva vida, en el número 23 de Cranley Gardens, en el barrio de Muswell Hill a finales de 1981. Pensó que el traslado era un buen augurio para el futuro: al estar el piso en el ático de la casa, no podría fácilmente seguir asesinando gente si no había baldosas donde colocarlos, ni jardín donde quemarlos.

El primero en morir en Cranley Gardens fue John Howlett. Nilsen lo estranguló con una correa, pero Howlett opuso tal resistencia que el asesinato duró mucho y tuvo que rematarlo ahogándolo.

Graham Allen murió cuando comía una tortilla preparada por Nilsen. Tras descuartizarlo, arrojó los trozos de carne al inodoro. Nilsen no lo sabía, pero los restos taparían el desagüe, lo que provocaría que un vecino suyo llamara a un fontanero y después avisara a la policía, apenas unos días después.


Stephen Sinclair fue la última víctima, Lo mató; días después, lo descuartizaría. Al hacerlo, le dijo a su perra Bleep que se fuera a la otra habitación.

“Yo estaba tranquilo. Nunca he pensado en la moralidad. Esto era algo que tenía que hacer. Consideraba todo ese potencial, toda esa belleza y todo ese dolor que es su vida. Tenía que matarlo. Terminaría pronto. No me sentí mal. No me sentía perverso. Me acerqué a él. Quité la corbata. Levanté una de sus muñecas y la dejé caer. Su brazo fláccido volvió a caer sobre su regazo. Abrí uno de sus ojos y no había ningún reflejo. Estaba profundamente inconsciente. Cogí la atadura y la coloqué alrededor de su cuello. Me arrodillé a un lado de la silla y me puse frente a la pared. Cogí los dos lados sueltos de la atadura y tiré con fuerza. El dejó de respirar. Sus manos lentamente alcanzaron el cuello mientras yo seguía apretando. Sus piernas se estiraron violentamente. Lo tuve así durante un par de minutos. Se quedó fláccido. Dejé de apretar y quité la cuerda y la corbata. Había dejado de respirar. Le hablé: ‘Stephen, eso no dolió nada. Ahora nada puede hacerte daño'. Deslicé mis dedos a través de su decolorado pelo rubio. Su cara parecía tener paz. Estaba muerto. Pensándolo, creo que Bleep sabía lo que iba a suceder. Incluso se había resignado a ello. Bleep se retiraba al jardín cuando yo descuartizaba un cadáver. Después de mi detención, podía escucharla gemir desde mi celda, pues la llevaron a la comisaría. Me avergüenzo de que sus últimos días sean tan dolorosos. Ella siempre me ha perdonado todo”.

Los desagües de Cranley Gardens nº 23 habían estado obstruidos durante cinco días cuando se envió a Michael Kattran a investigar. Llegó a la casa en Muswell Hill, el barrio del norte de Londres, a las 18:15 horas del martes 8 de febrero de 1983. Jim Allcock, uno de los inquilinos de la casa, lo dejó entrar. Cattran se dio cuenta rápidamente de que el problema estaba fuera de la casa, por eso él y Allcock se dirigieron hacia la alcantarilla y levantaron la cubierta del pozo de inspección que conducía a la misma. Había una bajada de aproximadamente 364 metros con travesaños de hierro. Allcock encendió una linterna mientras Cattran descendía. En el fondo encontró una gruesa masa pegajosa hecha de aproximadamente cuarenta trozos de una sustancia blanco-grisácea. El olor era nauseabundo. Al seguir avanzando, caía más de la cañería que salía de la casa. Cattran dijo a los inquilinos que los desagües tendrían que ser examinados de nuevo a la luz del día. Cuando llamó a su jefe le dijo que pensaba que la sustancia podría ser carne humana.





A las 09:15 horas de la mañana siguiente, Cattran volvió a la casa con su jefe y fueron directamente al pozo de inspección. Para su asombro, la masa había desaparecido totalmente. Sabía que por mucha cantidad de agua de lluvia que hubiera caído no podría haberlo desalojado y también notó que la llave de la cubierta del pozo apuntaba en una dirección diferente. Cattran metió la mano en una cañería y sacó algunos pedazos de carne y cuatro pequeños huesos. Decidieron llamar a la policía. El detective jefe, inspector Peter Jay, llegó a las 11 de la mañana. Inmediatamente llevó lo que parecían restos humanos al depósito de cadáveres de Hornsey para conocer su opinión, y luego al hospital de Chariring Cross para ser examinados por David Bowen, catedrático de medicina forense en la Universidad de Londres y especialista en patología. Bowen confirmó que la carne era tejido humano, probablemente del cuello, y que los huesos eran de la mano de un hombre. Peter Jay pronto descubrió que el ocupante del piso del ático era Dennis Nilsen, director ejecutivo de la Oficina de Empleo de Kentish Town. Vivía solo en el piso con una perra llamada Bleep y raramente hablaba con los otros inquilinos.





Nilsen salió a trabajar a las 8:30 horas esa mañana, después de sacar a Bleep de paseo; llevaba puesta la bufanda azul y blanca de su última víctima. Jay volvió a la casa con el detective inspector McCusker y el detective policía Bütler y esperaron a que Nilsen volviese a casa. Ese día, Nilsen presintió que algo ocurriría; le comentó a sus compañeros de trabajo que al otro día estaría muerto o en prisión. Ellos pensaron que se trataba de una broma.

A las 17:40 horas, Dennis Nilsen regresó a la casa. Peter Jay se presentó a sí mismo diciendo que había venido por el asunto de los desagües. Nilsen contestó que era extraño que la policía se interesara en desagües y le preguntó si los otros dos hombres eran inspectores de Sanidad. Jay dijo que eran inspectores de policía. Los cuatro hombres subieron al piso de Nilsen y entraron en la habitación del fondo, donde Jay reveló que los desagües contenían restos humanos. “¡Cielo Santo, qué horror!”, exclamó Nilsen. El inspector jefe le dijo que dejara de lamentarse y le preguntó: “¿Dónde está el resto del cuerpo?” Hubo una pequeña pausa antes de que Nilsen contestase: “En dos bolsas de plástico en el armario de la otra habitación. Se lo mostraré”. En la habitación, Nilsen le señaló el armario, ofreciendo sus llaves. El olor abrumador era confirmación suficiente. Jay declinó abrir el armario justo en ese momento, pero preguntó si había algo más. Nilsen respondió: “Es una larga historia. Se remonta a mucho tiempo atrás. Les diré todo. Quiero desahogarme, pero no aquí, sino en la comisaría”.

Jay y McCusker llevaron a Nilsen en coche a la comisaría de Homsey. McCusker se sentó cerca de él en la parte de atrás del vehículo. Los dos policías tenían una sospecha que les preocupaba. McCusker fue el primero en preguntar: “¿Estamos hablando de un cuerpo o de dos?” “No, qué va. De quince o dieciséis. Desde 1978”, respondió Nilsen. Jay respondió bruscamente: “Vamos a aclarar esto. ¿Nos está diciendo que desde 1978 usted ha matado a dieciséis personas?”. “Sí”, contestó el detenido.“Tres en Cranley Gardens, en Muswell Hill, y unos trece en mi anterior dirección, Avenida Melrose nº 195, en Cricklewood”. No mostraba ninguna emoción mientras hablaba.

Aquella tarde el detective superintendente Chambers acompañó a Peter Jay y al profesor Bowen al piso de Nilsen. La puerta principal del número 23 de Cranley Gardens, en Muswell Hill, se abrió para mostrar dos tramos de escaleras. En lo alto del segundo tramo, la policía encontró una puerta en el ático que comunicaba con el piso de Nilsen. La cocina, que consistía en una estufa y un fregadero, estaba absolutamente llena de grasa humana. Detrás de la cocina estaba el baño. Dos cadáveres habían sido descuartizados en el baño, y las extremidades inferiores de Stephen Sinclair fueron halladas rígidas debajo.





A la derecha, sobre la calle, estaba la sala de estar, con dos sillones, una alfombra raída, un aparador en una esquina y un ropero. El aparador tenía vísceras y cráneos cubiertos con periódicos y una vieja cortina. En el ropero se encontraban dos bolsas negras con más vísceras y órganos internos.

Nilsen sugirió a la policía que mirase dentro del armario en la esquina de su habitación principal y debajo de un cajón en el baño. El baño contenía las piernas y la pelvis de Sinclair. En el armario había otro torso, un cráneo, huesos, bolas de naftalina y ambientadores. Con todos estos restos humanos, era posible para la policía comenzar la siniestra tarea de ensamblar los pedazos de Stephen Sinclair en el depósito de cadáveres. También encontraron las fotografías Polaroid de Nilsen.

Las bolsas con cadáveres
















Cabeza en un basurero





















El 11 de febrero, Dennis Nilsen fue con Jay y Chambers al 195 de la Avenida Melrose. Señaló un área del jardín donde podrían encontrar restos humanos. Había vivido en el piso bajo entre 1976 y 1981, y durante los últimos tres años había matado a doce o trece hombres. Los cadáveres habían sido cortados en pedazos y quemados en grandes hogueras.

Un equipo especial de investigadores de la policía acordonó el jardín y comenzó la laboriosa tarea de buscar en la tierra pistas de personas que habían desaparecido aparentemente sin dejar rastro. Encontraron gran cantidad de cenizas humanas y bastantes fragmentos de huesos como para permitir a los científicos forenses declarar que al menos ocho personas, probablemente más, yacían en la superficie del suelo de aquel jardín de Londres.

Las extensas excavaciones en los jardines de la Avenida Melrose desenterraron únicamente fragmentos de huesos. Era todo lo que quedaba de los doce hombres que murieron allí. Sin embargo, Cranley Gardens en Muswell Hill, el último apartamento de Nilsen, probaba plenamente la evidencia, desde el doble fondo de la papelera hasta los restos envueltos que fueron encontrados. El detective jefe superintendente Chambers y el detective jefe inspector Jay debían decidir el tipo de interrogatorio que usarían con Nilsen. El era virtualmente su única fuente de información y era crucial para ellos hacerle hablar sobre sus crímenes y conseguir que identificara las víctimas. La elección estaba entre un método de ataque firme o bien en una aproximación relajada y benévola. La larga carrera militar de Nilsen podría hacerle respetar la autoridad, pero pensaron que podría resistirse ante la coacción. Decidieron ser más familiares. De tal forma que el interrogatorio comenzó entre bromas, cigarrillos y tazas de café.

El defendido apareció ante los magistrados en Highgate a la mañana siguiente y fue obligado a llevar vigilancia policial durante tres días. En el transcurso del interrogatorio el acusado indicó que no podía identificar a la mayoría de sus víctimas. Todos ellos eran puntales de sus fantasías más que personas, y no estaba interesado ni en quiénes eran, ni de dónde provenían.

Una semana después del arresto de Nilsen, su perra Bleep fue sacrificada con una inyección de anestesia. Eso fue un golpe demoledor para Nilsen, quien fue enviado a la prisión de Brixton, en el sur de Londres. Era un preso de categoría A, de máxima seguridad, lo cual quería decir que tenía que pasar casi 24 horas al día confinado en su celda, con sólo media hora para ejercicios vigilados. Se quejó de su situación. Según su punto de vista, había cooperado con la policía y debería, pues, gozar de mejor trato. Se le castigó durante 56 días por agredir a los funcionarios de la prisión porque no habían vaciado su cubo de agua sucia. A veces caía en una gran depresión, pero su amistad con otro recluso, David Martin, elevó su ánimo y le ayudó a pasar los días y los meses que esperaba en prisión preventiva.

El detective jefe superintendente Chambers pasó toda una tarde y la mañana siguiente leyendo en voz alta la transcripción de la confesión del acusado en la comisaría de Homsey. La terrible descripción de las decapitaciones, los descuartizamientos y los cadáveres quemados, con una voz inalterada, como ajena a lo que allí se iba relatando, estremeció a toda la sala. Una mujer del jurado se desmayó, otra hundía repetidamente la cabeza entre las manos. Una tercera lloraba, a lágrima viva, mientras miraba al acusado en el banquillo, con verdadero odio. Era para Nilsen el momento de la más cruda realidad y, sin embargo, se pasó el tiempo corrigiendo la copia de su transcripción para asegurarse de que no hubiera ningún error.

Sus armas eran lo primero que tenía a la mano. Generalmente corbatas. Durante el proceso, Nilsen dijo que había empezado con quince corbatas, y que cuando lo detuvieron ya sólo le quedaba una. Kenneth Ockendon fue estrangulado con el cable de los auriculares mientras escuchaba música. Después de quitar el cable del cuello de Ockendon, Nilsen se los puso. Los auriculares estaban en la lista de objetos presentados al jurado durante el juicio de Nilsen. También estaba la última arma asesina de Nilsen: la corbata atada a un trozo de cuerda con la que estranguló a Stephen Sinclair. Los dos cuchillos de cocina que usó para descuartizar a las víctimas, junto con una larga tabla de madera para picar carne, también fueron presentados. Pero lo que más horrorizó al jurado, fue la cazuela donde Nilsen había cocido a fuego lento las cabezas de sus últimas víctimas, al parecer para comérselas.

El juez condenó a Dennis Nilsen a cadena perpetua con la recomendación de que eso significara no menos de veinticinco años. En el verano de 1984, Nilsen fue trasladado otra vez, esta vez a Wakefield Cuando estaba en su celda pasaba el tiempo escuchando la radio y leyendo. Le gustaban sobre todo los libros sobre la historia de Escocia. Generalmente sacaba dos o tres libros por semana, de la bien equipada biblioteca de la prisión. También acudía a las conferencias ocasionales que daban los profesores visitantes.



Nilsen en prisión


El escritor Brian Master, autor del best-seller Killing for company (Asesinando por compañía), describió su relación con Dennis Nilsen: “Lo visitaba dos veces a la semana en Brixton mientras estuvo bajo custodia, y se creó una cierta confianza que nos permitió discutir su pasado y los delitos con completa franqueza. De vez en cuando tenía que mirar las fotos de la policía para recordarme a mí mismo lo que este hombre inteligente y divertido había hecho. Nilsen escribió un diario de la prisión de cincuenta cuadernos, único en la historia de la psicología criminal por su sinceridad y asombrosa voluntad de examinar los crímenes desde dentro. Dijo a su abogado que me diera esos diarios y me asignó el copyright. Estuve con él en el juicio y le vi inmediatamente después de su condena. Fue entonces cuando me dijo que tenía que confesarlo todo y admitir que disfrutaba matando. Le repliqué que eso era obvio, pero que quería saber por qué disfrutaba. ‘Tendrás que averiguarlo tú’, dijo”. 

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