Literatura

lunes, 31 de diciembre de 2012

Pablo Escobar Gaviria: El Zar de la Cocaína



Pablo Emilio Escobar Gaviria nació el 1 de diciembre de 1949 en El Tablazo, Vereda de Río Negro, Colombia. Desde niño mantuvo una relación casi edípica con su madre, Hermilda Gaviria, quien lo regañaba constantemente; ya adolescente, fumaba a escondidas cigarrillos de marihuana para relajarse. 

Empezó su carrera criminal robando lápidas de los cementerios, regrabándolas y vendiéndolas nuevamente. Un tiempo se dedicó a robar autos en las calles de Medellín, pero pronto se involucró en el tráfico de marihuana hacia los Estados Unidos.

Introducido en el negocio del tráfico de cocaína por su primo Gustavo Gaviria, la visión empresarial, la inteligencia y la ambición de Pablo Escobar lo convirtieron rápidamente en líder. Primero se desempeñó como intermediario que compraba la pasta de coca en Perú para venderla a traficantes que la llevaban a Estados Unidos.


Libros huecos: antiguo método utilizado por Escobar
 para enviar armas escondidas


En 1971, estuvo involucrado en el secuestro y homicidio del industrial colombiano Diego Echeverría y del capo del narcotráfico Fabio Restrepo en 1975. Para 1976, fue el responsable del asesinato de dos policías que deseaban extorsionarlo: Luis Fernando Vasco Urquijo y Jesús Hernández Patiño. También comenzó su campaña contra los ricos hacendados de Colombia, que se le oponían de alguna forma. Su lema era “Plata o Plomo”, haciendo alusión a que las cosas podían resolverse con “plata” (dinero) o con “plomo” (con balas). Jhon Jairo Velásquez Vásquez “Popeye” (sic), el lugarteniente de Pablo Escobar y su principal sicario, escribió años después sus memorias junto con la periodista Astrid Legarda, en un libro titulado El verdadero Pablo: sangre, traición y muerte, donde narra la historia del Cártel de Medellín. Le llamaban “Popeye” por dos razones: su parecido físico con el personaje de historieta y el haberse enrolado en la Marina cuando era adolescente.

Popoye, Jefe de sicarios del Cartel de Medellín y mano
derecha del "Patron" Pablo Escobar


Escobar siempre fue benefactor de los pobres: les daba casa, comida y trabajo. Muchos de ellos lo protegieron de la justicia por años; muchos otros votaron por él en las elecciones; otros se convirtieron en sus sicarios. Pero a todos brindó apoyo y protección, dinero en efectivo, les construyó hospitales, escuelas y canchas deportivas, servicios de electricidad y agua potable, viviendas y fuentes de empleo, a veces sin relación alguna con el narcotráfico. Creó un barrio con trescientas casas que regaló a los habitantes del basurero de la ciudad y a los indigentes que vagaban por las calles; se llamó “Medellín sin Tugurios” y los pobladores siempre veneraron a Escobar. Hasta el día de hoy, un gran sector de la población lo extraña y hablan de él con cariño, respeto y admiración. “Muchas veces hacemos el bien sólo para poder hacer el mal impunemente”, dirían sus detractores, citando a La Rochefoucauld. Pero la opinión de la gente que por fin recibía ayuda social era otra y con el pueblo no valían aforismos, sino acciones.

Ya en la década de los setenta, se convirtió en una pieza clave para el tráfico internacional de cocaína. Asociado con Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, Jorge Luis Ochoa y sus hermanos Fabio y Juan David, fundó el Cártel de Medellín. Nadie discutía nunca su asumido liderazgo en el grupo. Se adueñó de pistas, rutas, laboratorios y monopolizó el comercio ilegal desde la producción hasta el consumo. Escobar llegaría a acumular una fortuna superior a los tres mil millones de dólares y a ser el séptimo hombre más rico del mundo, según la revista Forbes. Parte de las rutas las hacía a través de Nicaragua, estando de acuerdo con Daniel Ortega y los sandinistas. Una fotografía tomada por la DEA donde aparecen Escobar, miembros del gobierno nicaragüense y un piloto estadounidense cargando cocaína en una avioneta, destapó un escándalo.

El lugarteniente y sicario de Escobar “Popeye” recuerda en sus memorias:

“Las fotos de Pablo Escobar, de ‘El Mexicano’, de Federico Vaughan y de los funcionarios nicaragüenses, cargando con cocaína el avión piloteado por Barry Seal, fueron contundentes en el desarrollo de los hechos. Los sandinistas recibían de Pablo Escobar entre quinientos y mil dólares por cada kilo de cocaína, dependiendo del tamaño del embarque. Aparte de esto, cobraban doscientos dólares por el almacenamiento y custodia de cada kilo de coca. Lo que no veían era que se estaban fraguando su propia muerte política y el principio del fin de la Revolución Sandinista”.

El Cártel de Medellín de Pablo Escobar creó en 1981 el primer grupo paramilitar moderno de Colombia, llamado MAS (siglas de “Muerte A Secuestradores”), como respuesta a los secuestros y acciones guerrilleras en su contra, incluido el del padre de Pablo Escobar, que terminó cuando el capo recuperó a su padre y asesinó a todos los secuestradores, menos a uno que consiguió escapar. De acuerdo con documentos de la DEA, al MAS se vincularon también Carlos Castaño y su hermano Fidel, luego conocidos comandantes paramilitares. La fotografía de su primera ficha policial de 1976, le muestra como un joven confiado. El hombre que llegaría a ser el enemigo público número uno de Colombia y número uno de la lista de los más buscados por el FBI se retrataba ante la policía como responsable de un delito contra la salud pública: un pequeño alijo de cocaína.


El primer arresto de Escobar


Escobar lidera una campaña denominada “Medellín sin Tugurios”, durante la que organiza actos benéficos, ochocientos partidos de fútbol y corridas de toros para cosechar votos. Es un momento dulce y el prólogo de su debut como filántropo y constructor de un barrio de viviendas sociales para cuatrocientas familias pobres, que se entregan en mayo de 1984.




Paralelamente, Escobar (a quien ya apodaban “El Patrón”) amasaba una fortuna traficando con cocaína, un producto que, está convencido, acabará vendiendo legalmente, bajo la marca “Cocaína Escobar”, cuando la droga se legalice. Escobar realizaba fiestas de disfraces: le encantaba representar a personajes violentos, sobre todo gángsters o revolucionarios zapatistas, ya que admiraba al revolucionario mexicano Emiliano Zapata.





Son los años de gloria de un ecologista convencido que planta más de un millón de árboles en sus propiedades de Antioquia: según unos, por un desprendido impulso ambiental; en opinión de otros, "para que le sirvieran de protección frente a los helicópteros de la policía y le permitieran una huida rápida y segura".

Son tiempos también de extravagancias fomentadas por el flujo incesante de narcodólares. Escobar hace de la Hacienda Nápoles el epicentro de su imperio: 3,000 hectáreas de terreno boscoso, mansiones de lujo, lagos artificiales, una cancha de football donde equipos profesionales iban a practicar, una plaza de toros, helipuerto y dos pistas de aterrizaje.




Había comprado la propiedad en 1979 por 63 millones de dólares; en los años de mayor bonanza, hacia 1983, la finca llegó a operar como un aeropuerto internacional "con tres o cuatro vuelos al día de aviones llenos de coca", como declaró “El Profe”, uno de sus amigos íntimos. Sobre la puerta de entrada, Escobar colocó la primera avioneta con la que hizo un vuelo lleno de droga hacia Estados Unidos.


En los jardines hizo construir enormes dinosaurios de tamaño natural, para que su hijo jugara con ellos. Pero el colmo de la excentricidad fue el zoológico de la hacienda, en el que reunió la mayor colección de aves en cautiverio de Colombia; también elefantes, jirafas, canguros, cebras, búfalos, gacelas, ciervos, avestruces, tortugas, ñus, venados, faisanes, hipopótamos, leones, tigres, canguros y rinocerontes. Escobar reprodujo en la Hacienda Nápoles todos los elementos de su hábitat natural. La gente podía visitar el lugar y los domingos, las familias colombianas disfrutaban con el paseo. El mismo Escobar se les unía en varias ocasiones. Uno de los canguros se hizo famoso porque jugaba al football.

La voluntad de Escobar se hacía tan patente como su violencia. "Plata o plomo" era una de sus frases favoritas; a menudo, las últimas palabras que sus víctimas oían. "Los secuestros fueron la base de todos los crímenes de Escobar en Medellín; la droga no fue el negocio más importante, sólo el más rentable. Pero él secuestraba a gente, le pedía dinero y con frecuencia la mataba igualmente", declaró años después el general Hugo Martínez.

Para comunicarse con sus hombres, utilizaba palomas mensajeras especialmente entrenadas: nadie sospechaba de los pájaros y podían llegar incluso al interior de las prisiones.




Alberto Santofimio Botero, quien fue Senador, se unió a Escobar y se convirtió en su principal contacto en el poder, al grado de que Santofimio lo convenció, años después, de asesinar a varios políticos prominentes, entre ellos un candidato presidencial.

“Popeye” recuerda en sus memorias:

“Pero las recomendaciones de Alberto Santofimio Botero van más allá: pensando en sacar del camino a adversarios más fuertes, para así facilitar su acceso al poder, azuza a Escobar utilizando la frase que tantas veces repetiría en el futuro: ‘¡Mátalos, Pablo!’”

Como congresista fue invitado por el empresario español Enrique Sarasola, quien tenía negocios importantes en Medellín, a la toma de posesión de Felipe González como Jefe de Gobierno en España, en 1982.

De esta forma, en su mejor momento Pablo Escobar logró acumular gran influencia en múltiples estamentos legales, civiles, económicos, religiosos y sociales de Colombia, sobre todo en Bogotá, Antioquia y Medellín.

En abril de 1983, Escobar fue proclamado pomposamente "Robin Hood de Antioquia" por la revista Semana, la más importante del país. Por entonces, un kilo de cocaína se pagaba a 80.000 dólares en Nueva York, y algo menos (50.000) en Miami.

Era aficionado a los carros lujosos. Guardaba más de cuarenta autos deportivos en el estacionamiento del Edificio Mónaco en Medellín, donde vivía parte de su familia. Sus bienes raíces incluían edificios, oficinas, fincas, locales comerciales y casas. Tenía más de quinientos predios de su propiedad.

También poseía helicópteros, motocicletas, lanchas y varias avionetas para transportar la droga a través de la difícil geografía colombiana. Incluso llegó a enviarla a través de submarinos, un método innovador que pronto sería imitado por otras organizaciones delictivas.



El interior de uno de los submarinos de Pablo Escobar

Gaviria fundó la cultura del narco, que luego se extendería a varios países: la narcotectura (la arquitectura de las mansiones hiperlujosas y vulgares); la literatura del narco (que convierte a los traficantes en el centro de sus historias); el narcocine (donde películas baratas y de pésima manufactura dan cuenta de incontables balaceras y ejecuciones); el narcoarte (pinturas y esculturas destinadas a ellos o que los retratan); y la narcomúsica (canciones que cuentan sus andanzas, amores, vidas y muertes). 

Gaviria también sentó las bases que después utilizarían los narcotraficantes de casi todo el mundo. Los cárteles de la droga que surgieron después de él en países como México, Venezuela, Estados Unidos y Colombia, usaron sus métodos y aprendieron sus tácticas de quien fuera el gran innovador. Fue Escobar quien comenzó a ejecutar a los traficantes traidores o rivales, él quien cortó las primeras cabezas y las envió a las autoridades, él quien retomó un viejo método de ejecución de los cincuenta, llamado “La Corbata Colombiana”, una tortura mediante la cual a la víctima se le abría la garganta y se le sacaba la lengua por el orificio, estirándola para que le colgara sobre el cuello.

Escobar envolvió los cadáveres en bolsas de plástico, dio tiros de gracia, ejecutó a docenas simultáneamente y los tiró en parajes y basureros. En Colombia, las autoridades colocaban letreros donde se pedía a la gente que no arrojara los cadáveres en ciertos lugares como los basureros, como si se tratase de algo normal. Pero la cotidianeidad del horror había empujado a los colombianos a ello.

Escobar infiltró a todas las agencias de justicia, colocó a sus agentes, compró funcionarios y políticos, sobornó autoridades, corrompió a militares, pactó con empresarios. Escobar creó el concepto moderno del narcotraficante. Armó a sus ejércitos con los equipos más modernos, puso de moda el uso de las AK-47 y los fusiles automáticos, llevó la guerra a las calles. Se adueñó de un país y de muchas regiones en el extranjero. Durante muchos años, Pablo Escobar Gaviria fue el rey.

Pero faltaba un elemento y pronto llegaría a sus manos. En sus memorias, su lugarteniente “Popeye” recuerda un evento que cambiaría la historia de Escobar y sobre todo, la de Colombia:

“‘El Negro’ le cuenta a Escobar que cuando estuvo preso en los Estados Unidos, conoció a un experto en explosivos (llamado Miguel), integrante de la ETA, el grupo terrorista del País Vasco en España. A Escobar se le prende el bombillo y pregunta si lo pueden ubicar. Pabón le pide dos días para indagar por él, con un amigo que tienen en común. ‘El Negro’ Pabón se pone de lleno a buscar al experto en explosivos. En diez días lo ubica, vía telefónica. Le envía diez mil dólares a España; en quince días está en el apartamento del ‘Negro’ en Medellín. Pablo se encuentra en la Hacienda Nápoles (…) ‘El Negro’ llega a la Hacienda, por vía terrestre, con Miguel. Lo lleva al comedor, le ordena un refresco y va por Escobar a su habitación. ‘El Patrón’ no lo hace esperar y baja, frotándose las manos como quien quiere conocer a una estrella de cine. Miguel, el terrorista de ETA, ve venir al ‘Patrón’ con ‘El Negro’ y se levanta de su asiento igualmente emocionado: ‘Hombre, Pablo, que gusto conocerte’, dice el terrorista con su acento español. Se dan la mano. En ese apretón de manos está sellada la más sangrienta guerra de la historia del país. La llegada a Colombia del terrorismo indiscriminado. El destino permite una alianza tenebrosa. Un experto dinamitero con mente de terrorista y Pablo Escobar Gaviria, un narcotraficante sin escrúpulos. Cuando sueltan sus manos, ya la suerte está echada para miles de colombianos (…) La reunión se prolonga por tres horas; Escobar llama a Pinina; le pide un hombre inteligente y despierto para que tome un curso con Miguel y aprenda la técnica de los carros bomba, activados tanto a control remoto como por mecha lenta. ‘Tengo el hombre preciso, es un familiar mío que estudia Ingeniería Electrónica en la Universidad de Antioquia’, le responde. Se le asigna a Pinina la responsabilidad de mover a Miguel y de conseguirle todo lo que necesite, incluso la dinamita. El destino no juega, está escribiendo el temible libreto. Miguel es hospedado en una de las fincas de Pablo Escobar, con todo tipo de comodidades. El terrorista es ordenado, meticuloso y muy profesional. Nada de drogas, mujeres, ni de bebidas. Actúa como un científico”.

Es entonces cuando comienza realmente la historia negra de Escobar. El periodista Guillermo Cano, dueño y editor del diario El Espectador, se atrevió a abrir el debate sobre el origen real de sus bienes, mientras subrayaba el negativo impacto que las actividades del narcotráfico tenían para la imagen de Colombia, a la sazón primer país productor de cocaína en el mundo. Los acontecimientos se precipitaron. A raíz de las investigaciones del periódico, el debate sobre el dinero del narcotráfico llegó al Parlamento.




Diana Turbay, su muerte y la de Guillermo Cano fueron los atentados más grandes que recibió el periodismo colombiano de parte del narcotráfico.







A principios de agosto de 1983, Rodrigo Lara Bonilla, Ministro de Justicia, demostró que la fortuna de Escobar no era tan limpia; el 25 del mismo mes, El Espectador secundó la denuncia mostrando por vez primera su ficha policial de 1976.

Pese a que Escobar ordenó a sus hombres que recorrieran la ciudad "y compraran todos los diarios disponibles", la noticia le costó un tirón de orejas precedido por una imprecación enérgica de parte de su madre: "¡Pablo! ¡Levántate! ¡Tengo que hablar contigo!", le dijo su madre. Ella no sabía de su detención. La opinión materna pesaba como ninguna otra en Escobar y nunca perdonaría al periódico por aquella humillación ante su progenitora.

La factura se pagó poco después. El respetado periodista Guillermo Cano, dueño del periódico, fue asesinado poco después. Era apenas el inicio. La afrenta a Escobar acabó volviéndose contra el Estado

Los colegios de pago se negaban a escolarizar a sus hijos, los clubes sociales no le aceptaban como miembro. Esa marginación de las clases altas colombianas encendió su furia.

La maquinaria de Escobar producía entre cuatro mil y cinco mil kilos de cocaína al mes. Cada vez que un cargamento de cocaína entraba a Estados Unidos, se lanzaban al aire fuegos artificiales; los traficantes decían que habían “coronado”. Al mismo tiempo, Medellín se convirtió en la ciudad más violenta del mundo: hubo 1,698 asesinatos en 1985 y 3,500 al año siguiente.

Los narcos se disparaban en la calle, frente a todos, a cualquier hora. Nadie se metía. Años después, el escritor Fernando Vallejo retrataría esta realidad en su novela La virgen de los sicarios, la cual sería llevada al cine. Otra historia enmarcada en esa etapa fue Rosario Tijeras, novela de Jorge Franco, también adaptada al cine, supuestamente basada en la historia de una de las amantes de Escobar.

Escobar decidió entonces dar otro paso. Antes de su muerte en agosto de 1984, Iván Marino Ospina, comandante del grupo guerrillero colombiano M-19, le comentó a Pablo Escobar que el M-19 tenía la intención de tomar el Palacio de Justicia para juzgar al presidente y llevarse a los magistrados a otro país. La ilegalidad en la que se movían había permitido que ambos hombres se relacionaran. A Escobar le encantó la idea y vio en ello la oportunidad de tomar venganza y hacer sentir su poder al estado colombiano. Les prestó a los guerrilleros la pista de la hacienda Nápoles para que importaran de Nicaragua los fusiles y el explosivo C-4 que utilizarían. Les dio además dinero: cinco millones de dólares.

El 6 de noviembre de 1985, los guerrilleros patrocinados por Escobar atacaron el Palacio de Justicia. A las 11:30 de la mañana comenzó el tiroteo en las inmediaciones de la Plaza de Bolívar. Veintiocho guerrilleros del M-19 irrumpieron por el sótano en tres vehículos. En la incursión asesinaron al administrador del edificio y a dos celadores. Adentro los esperaban siete compañeros más.

Afuera se quedó otro grupo, con igual número de guerrilleros, que no alcanzó a llegar a tiempo. Así comenzó la “Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre”, la acción armada por medio de la cual el M-19 pretendía juzgar al entonces presidente Belisario Betancur por haber traicionado el acuerdo de cese al fuego que había sido firmado por ambas partes el 24 de agosto de 1984.

Casi en el mismo instante en que los guerrilleros del M-19 irrumpieron, comenzó la reacción de las Fuerzas Armadas. El subteniente de la policía José Rómulo Fonseca intentó ingresar por el sótano a repeler el asalto y fue herido de muerte. A las 12:30 horas, una hora después del inicio de la toma, treinta y cinco guerrilleros controlaban el Palacio y tenían a trescientas personas como rehenes.



Ataque al Palacio de Justicia




A las 13:30 horas, las tropas evacuaron a 138 personas y, según el testimonio que rindió el general Miguel Vega Uribe, ministro de Defensa de entonces, en ese momento los guerrilleros le prendieron fuego a los archivos. Cuando los periodistas lograron contactar en medio de la toma a Luis Otero, el comandante del M-19 que dirigió el operativo y le preguntaron por este hecho, les respondió:"Nosotros no los hemos quemado, no tenemos ningún interés en destruirlos". Por supuesto, no era verdad: a Escobar le interesaba que todos los archivos sobre el narco fueran destruidos. Se quemaron allí seis mil expedientes.

En la conflagración y a causa de los incendios y el fuego de artillería, la temperatura alcanzó los 3.500 grados centígrados. Durante el asalto murieron los cuatro magistrados de la sala constitucional y Echandía, quien había sido uno de los redactores del Código Penal de 1980 que autorizaba la extradición.



Palacio de Justicia en llamas








En sus Memorias, “Popeye” rememora la actitud de Escobar mientras todo ocurría:

“El ejército combate por veintiocho horas, eliminando a los guerrilleros; veintiocho horas de felicidad para el capo de capos, observando, como un niño emocionado, por televisión, en vivo y en directo, la culminación del plan urdido por el M-19 y financiado por él. No sólo consigue desaparecer los expedientes por la quema, también evita el tener que cazar en la calle, a los firmantes de las extradiciones, quienes mueren incinerados y con una bala en su cerebro. El periódico El Espectador denuncia la mano de Escobar en la toma del Palacio; don Guillermo Cano vigila con lupa los hechos que tienen el sello del 'Patrón' y los denuncia sin ningún escudo”.

La acción costó la vida al presidente del Tribunal Supremo y a once de sus jueces. Casi un centenar de colombianos murieron durante las 28 horas que duró el combate por el Palacio. Después del asalto, la extradición quedó herida de muerte y un año después, la nueva Corte Suprema de Justicia la declaró inaplicable por un vicio de procedimiento. Escobar había logrado su objetivo. Después de esto, el presidente Betancur ya no tenía margen de maniobra. Se había jugado todo por la paz sin ningún resultado. No le quedaba más alternativa que la guerra.

El asesinato de jueces se convirtió en una sangría. Combinado con el secuestro, acabó capturando a la nación entera. “Popeye”, el único lugarteniente de Escobar que quedaría con vida, afirmó en una entrevista: "Un tipo con un puñado de hombres como nosotros, en siete años puso al país de rodillas".

El siguiente objetivo de Escobar fue el periódico El Espectador. Tras asesinar poco antes a su dueño, destruyó la redacción del diario con una bomba de cien kilos de explosivos. Escobar no había perdonado el mal rato que el diario le había hecho pasar ante su madre el día que publicaron su ficha policial.

El magnicidio de Luis Carlos Galán, candidato presidencial en las elecciones de 1990, fue otra vuelta de tuerca en su carrera criminal y un peldaño más en el descenso a los infiernos de Colombia. Galán luchaba contra el narco. De llegar al poder, hubiera combatido a Escobar como ningún otro. Fue el senador Alberto Santofimio quien dijo solamente dos palabras: “¡Mátalo, Pablo!”, sellando de esa forma el destino del candidato y hundiendo a Colombia en una de las mayores crisis políticas de su historia.

Candidato presidencial Luis Carlos Galán
 asesinado por Escobar


"La muerte que más afectó al país fue la del candidato Galán. Su asesinato cambió el curso de la historia de Colombia", afirmó “Popeye”. El hecho acontecido ese viernes cambió la noción que el país tenía de los narcos.

Colombia era un lugar donde nadie podía vivir tranquilo; ya no se trataba solamente de las guerras entre cárteles, sino del terrorismo que mataba civiles. En la investigación del asesinato de Galán, Gilberto Orejuela, uno de los más acerbos enemigos del líder del Cártel de Medellín, dijo a la policía: "Pablo Escobar es un psicópata que sufre de megalomanía". Eso se reflejó inclusive en su ofrecimiento, a Belisario Betancur y a Virgilio Barco, de pagar de su bolsillo la deuda externa colombiana; algo que según la leyenda años después otro narcotraficante, Rafael Caro Quintero, repetiría en México.

En su vida íntima, Escobar amaba a su esposa, a quien llamaba cariñosamente “Tata”. Abundaban las historias sobre el final amargo de algunas de las amantes de Pablo Escobar, aspirantes a concursos de belleza o estrellas de televisión de poca monta, algunas de las cuales le preguntaron: "¿Tata o yo?". Pablo contestó rudamente a una amante llamada Sofía: "Tata, porque tú me conoces desde hace dos días, pero ella ha estado a mi lado en lo bueno y en lo malo".


Con su amada esposa 


Sus amantes fueron actrices de cine o televisión, modelos hermosísimas e incluso Elsy Sofía, quien fue Señorita Medellín. También una ganadora de Miss Colombia. Pero la única amante que tuvo algún peso en su vida fue Virginia Vallejo, conductora de televisión y una de las mujeres más hermosas de Colombia. Ex modelo, había aparecido en la portada de muchas revistas, entre ellas Cosmopolitan.



Virginia Vallejo


Pero la devoción por su familia, su amante y su pueblo no le impedía a Escobar reservar para quienes lo traicionaban el peor de los tormentos: la tortura y la mutilación de sus hijos pequeños, bebés algunos, delante de los horrorizados padres. Otras veces, ordenaba a los hijos que asestaran el tiro de gracia a sus progenitores, previamente torturados por sus hombres. Al hijo de nueve o diez años de edad de uno de sus enemigos, el mismo Escobar le puso la pistola en la mano porque el hombre tardaba en morir. Obligó al niño a dispararle a su padre. En otra ocasión, tras invitar a un guardaespaldas caído en desgracia a visitarle acompañado por su mujer y sus hijos, Escobar los capturó y amarró. Después comenzó a matar, uno a uno, a los niños: mientras los padres se debatían y gritaban de terror por sus hijos, ante ellos golpeó y ejecutó al bebé, que no llegaba a los seis meses de edad. Después torturó salvajemente a los otros dos hijos, de seis y siete años, antes de ejecutarlos. De allí golpeó, torturó y disparó a la esposa. El guardaespaldas fue el último en morir. Todas esas acciones le valieron el segundo sobrenombre con el cual se le conoció: “El Mataniños”.


Escobar estableció una ruta a través de México y Cuba para hacer llegar la droga a Estados Unidos. En sus memorias, su lugarteniente “Popeye” recuerda:

"Pablo Escobar siempre busca la forma de llegar con su droga a las calles norteamericanas, a través de gobiernos no aliados y enemigos de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo quiere hacer a gran escala; ya lo ha hecho a través de Nicaragua, en la época que este país estuvo en manos del gobierno sandinista. Con ayuda de Jorge Avendaño, apodado ‘El Cocodrilo’, el Patrón llega a Fidel Castro, en la isla de Cuba. Éste lo conecta con su hermano Raúl y así se inicia una operación de tráfico de cocaína. Pablo Escobar conserva la amistad con Fidel Castro, desde su estadía en Nicaragua; nunca han hablado personalmente, pero sostienen permanente y fluida comunicación por cartas y terceras personas. La amistad se establece a través de Álvaro Fayad, el comandante del M-19, e Iván Marino Ospina. El trato se cierra y ‘El Cocodrilo’ viaja a la isla con un pasaporte falso, coordina todo en cabeza de Raúl Castro y por espacio de dos años, trabajan de la siguiente manera: la droga se empacaba en condones y luego se unían varios preservativos en paquetes de un kilo, envolviéndolos en bolsas plásticas que eran selladas con cinta adhesiva. Salía del puerto de Buenaventura navegando hasta las costas mexicanas, donde era recibida por los socios locales; inmediatamente llegaba, era subida a aviones con matrícula mexicana y despachada rumbo a Cuba. Con el apoyo de las autoridades cubanas, los aviones procedentes de México no tienen problema alguno. Allí, los militares cubanos, al mando del general Ochoa y el oficial Tony de la Guardia, bajo instrucciones directas de Raúl Castro, se hacían cargo de la mercancía, custodiándola para posteriormente embarcarla en lanchas rápidas, tanqueadas con gasolina por cuenta de los cubanos, con destino a Estados Unidos, entrando por Cayo Hueso. Las lanchas iban y venían varias veces durante esas jornadas. Ya en costas estadounidenses, la droga era recibida por El Mugre, quien con su gente la trasladaba a varias caletas, situadas en Kendall, Boca Ratón y el mismo Cayo Hueso. Estas caletas eran casas residenciales, en donde se perforaba el terreno y, en tubos de PVC, para que no se humedeciera la cocaína, se enterraba la droga, esperando a ser distribuida en pequeñas cantidades a los minoristas, para ser comercializada en todo Estados Unidos.



Raul y Fidel Castro


“Cada caleta tenía capacidad de almacenamiento de hasta 2.000 kilos. Los cubanos reciben 2.000 dólares por cada kilo de droga transportada y 200 dólares por cada kilo custodiado. La tajada de la mafia en México, por el uso de su infraestructura, como puente a la isla, oscila entre 1.500 y 2.000 dólares por cada kilo, dependiendo de la importancia del embarque. La cercanía entre México y la isla cubana da margen para transportar más cantidades de cocaína y gastar menos combustible. Pablo estaba feliz con esta ruta. Decía que era un placer hacer negocios con Raúl Castro, pues era un hombre serio y emprendedor. Esta ruta llenó las arcas del Patrón, quien se encontraba ilíquido al comenzar negocios con los cubanos, pues la guerra con el Estado colombiano le había demandado muchos recursos. En cada envío, hacia Cuba, por avión, se cargaba un promedio de 10.000 a 12.000 kilos. Durante este operativo y en varias oportunidades, los dos enlaces cubanos el capitán Jorge Martínez Valdés y el oficial Amado Padrón viajaron a Medellín; los movíamos con documentos falsos y para no llamar la atención, por su acento, se los hacía pasar por costeños. Los viajes y la atención de éstos en Colombia estaban totalmente a cargo del ‘Cocodrilo’. Al comienzo de los negocios con los cubanos, los mexicanos se mostraron reacios a incluirlos, alegando que ellos querían cobrar mucho por participar. Pablo se impuso, pues de antaño, simpatizaba con la causa de la revolución y quería apoyar a Fidel. Los dólares producto de la venta de esta droga en Estados Unidos, llegaban a manos llenas, camuflados en electrodomésticos, que ingresaban a Colombia ante la mirada complaciente de algunos funcionarios de la aduana, al servicio de Escobar. Desde allí, se repartía su participación a los socios mexicanos y cubanos.

El poder de Escobar impactó a todos, incluyendo a los intelectuales. El escritor y premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez sería, según el testimonio del sicario y lugarteniente “Popeye”, uno de sus intermediarios:

“El último contacto que yo conocí entré Fidel Castro y ‘El Patrón’, fue con ocasión de haber sido enviado por él, a los Estados Unidos para comprar un misil Stinger tierra-aire. Dado que mi vuelo hacía escala en la Ciudad de México, Pablo Escobar, conociendo la amistad de Fidel Castro con el escritor (y premio Nobel) Gabriel García Márquez así como su importante papel como mediador de causas, le solicita hacerle llegar una comunicación a él, que me entrega en un voluminoso sobre sellado. Nunca supe lo que decía esta misiva, pues para mí las comunicaciones del ‘Patrón’ eran sagradas y jamás se me habría ocurrido conocerlas si él no me comentaba. Llegué al aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México y el escritor me estaba esperando, rodeado de gente, en la puerta de la sala. Me saludó amablemente y le dije: ‘Maestro, aquí le envía Pablo Escobar para que por favor le entregue esta carta al Comandante Fidel Castro’. Simplemente me la recibe y me dice: ‘Así se hará’. De paso, me invita a una tertulia que se haría esa noche en su casa. Gentilmente me excusé, pues debía continuar mi viaje hacia los Estados Unidos, pasando por Tijuana, para concluir la misión que ‘El Patrón’ me había encomendado”.



Gabriel García Márquez


El final de la carrera de Pablo Escobar se inició con la guerra entre los Cárteles de Medellín y Cali. Como en una guerra, un comando del Cártel de Cali bombardeó el Edificio Mónaco, donde Escobar poseía un departamento, causando graves secuelas auditivas a su hija Manuela y dejando un cráter en el lugar.

Sus intentos de aniquilar al general Miguel Maza, el sabueso en jefe del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS, la policía secreta colombiana), provocaron más devastación.

El 6 de diciembre de 1989, a las 07:30 horas, una carga explosiva de ocho mil kilogramos de dinamita, camuflada en un autobús de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, detonó frente a las instalaciones del DAS en el sector de Paloquemao, en Bogotá.

El atentado contra el edificio de la DAS


El atentado fue devastador. Murieron más de cien personas entre funcionarios, agentes de la DAS y transeúntes así como algunos de los encargados de la instalación del coche bomba. Hubo setecientos heridos. El edificio de la DAS quedó totalmente destruido; parecía haber sido bombardeado. Colombia era ya una zona de guerra. Las pérdidas materiales fueron millonarias, no sólo en el edificio de la DAS, sino también en las casas y negocios aledaños. Sobre todo, el narcoterrorismo se había adueñado ya del país. Colombia vivía un constante baño de sangre.

Medellín siguió pulverizando récords: en 1991, 7,081 personas fueron asesinadas. Los aliados de Escobar pronto comprendieron el papel que las bombas iban a desempeñar en su declive. Había caído en la trampa del terrorismo.

El 27 de noviembre de 1989, una bomba mata a 107 pasajeros del vuelo HK 1803 de Avianca, en el que Escobar creía que viajaba el candidato presidencial César Gaviria. “Los Extraditables” se adjudicaron el atentado mediante una llamada telefónica. Aquello era inaudito y se convirtió en un escándalo mundial: volar un avión en el aire era algo que se atribuía solamente a los fundamentalistas. Era un crimen dirigido contra civiles inocentes; Escobar había llegado demasiado lejos.


El atentado contra Avianca








Tras la victoria de César Gaviria en las elecciones de 1990, Pablo Escobar se confesó con el sacerdote Rafael García. No parecía haber salida, pues el nuevo presidente era un cruzado de la extradición. Pero Escobar necesitaba que la Constitución colombiana se reformara y se derogara el artículo que autorizaba la extradición de colombianos al extranjero. Decidió jugar una carta muy arriesgada e inició una ola de secuestros; el primero fue el de la periodista y conductora de televisión, Diana Turbay (hija del ex presidente de Colombia, Julio César Turbay), junto con un equipo de reporteros. Secuestró casi enseguida a otros miembros prominentes de las familias de la clase política colombiana. Otro fue el hijo del director del periódico El Tiempo, Francisco Santos, quien llegaría a ser vicepresidente de Colombia. El país volvió a estremecerse: Escobar ponía en jaque a los políticos y a los periodistas.

La jugada salió perfecta: Escobar consiguió que la Constitución se reformara y se derogara la extradición; había puesto de rodillas al estado colombiano. Ningún criminal, antes o después de él, consiguió nada semejante. Luego, durante un año, el equipo de abogados de Escobar negoció las condiciones de su entrega con el Ministro de Justicia. Escobar ofreció al Gobierno su propia granja, La Catedral, para que instalaran allí la prisión donde quedaría recluido. El Gobierno aceptó que confesase los crímenes que quisiera, y él asumió que había colaborado en la exportación de veinte kilos de cocaína, pero de manera indirecta. El Gobierno lo consideraba implicado en casos más importantes, como los asesinatos de Luis Carlos Galán y Guillermo Cano, pero aceptaron el trato: no tenían más opciones. El 19 de junio de 1991, Pablo Escobar Gaviria entregaba su pistola Sig Sauer al procurador Carlos Arrieta: "Es un símbolo de mi deseo de someterme a la justicia", dijo. Con él se entregaron once de sus lugartenientes, incluido “Popeye”. No pasaría mucho tiempo antes de que Escobar recuperara su arma y la conservara hasta el día de su muerte.





Enseguida se convirtió en un recluso de oro, rodeado de una guardia pretoriana fiel y con todas las comodidades que un preso o un hombre libre pudiera desear: piscina, discoteca, champagne francés, restaurante abierto las veinticuatro horas del día, muñecas inflables y un catálogo de prostitutas hermosísimas. Escobar encargaba directamente sardinas, chicas de quince o dieciséis años y organizaba orgías, con shows lésbicos y vibradores. 

También había un campo de football, al que acudían a jugar los tres equipos de Medellín. Escobar jugó allí varios partidos con René Higuita, uno de los jugadores colombianos más famosos del mundo. Más protegido que encerrado, reconstruía su imperio, seguía masacrando enemigos y repartía generosos sobornos entre los policías que se encargaban de la seguridad exterior de la finca.

Escobar abusó de sus privilegios, ejecutando incluso a viejos compañeros del Cártel en sus instalaciones, entre ellos los hermanos Moncada Galeano.

El asesinato de los Moncada Galeano hizo que varios narcos y paramilitares, principalmente los hermanos Fidel y Carlos Castaño (quienes años después fundarían las AUC), conformaran un grupo que se hizo llamar "Los Pepes" ("Perseguidos Por Pablo Escobar") y que utilizó las mismas tácticas para enfrentar al capo. Pusieron bombas en sus edificios, asesinaron a sus abogados y profundizaron el baño de sangre que sufría Colombia. A través de una carta anónima, el Gobierno tuvo conocimiento de los privilegios que disfrutaban los doce internos y de que la maquinaria criminal del clan Escobar seguía en marcha. Habían hecho la vista gorda, pero el asunto llegó a conocimiento de la DEA y los estadounidenses se indignaron. El presidente decidió endurecer el trato y Escobar planeó su fuga para evitar ser trasladado a una prisión de máxima seguridad. En julio de 1992, pese al destacamento de cuatrocientos policías en torno a La Catedral, Escobar se fue. Pero nada más escapar reanudó su contacto con el gobierno para negociar otra rendición. Esta vez, sin embargo, recibió una respuesta negativa. "No, no, no. Nada de pactos esta vez. Vamos a matarlo", se oyó decir en el despacho presidencial según testigos.

Pablo Escobar estaba solo, oculto en algún lugar de Medellín. Viejos sistemas de telecomunicaciones le permitían mantenerse en contacto con su familia. Gracias a un cruce de líneas, Escobar fue localizado. Hugo Martínez, responsable del Bloque de Búsqueda (unidad de élite creada en 1989 para capturarle), vivió a diario, durante tres años, la experiencia de la persecución: cuando parecía estar a punto de alcanzarle, Escobar se esfumaba. Pero, tras más de catorce mil intentos frustrados, y por culpa de las llamadas telefónicas a su familia, Escobar se colocó en la mira.

Comenzaba el mes de diciembre de 1993. La justicia colombiana ofrecía una recompensa de millón y medio de dólares por él. Su familia voló a Alemania en busca de asilo político, pero fue devuelta en el acto a Colombia.

El 1 de diciembre, Escobar celebra su cumpleaños en la soledad de su escondite. Esa tarde habla con su mujer por teléfono durante un buen rato, más de los dos minutos a que se ciñe siempre para evitar que la llamada sea localizada. Lo hace en marcha, a bordo de un taxi, para que los sistemas de detección del Bloque no puedan triangular la señal.

Al día siguiente, 2 de diciembre, vuelve a llamar a su familia varias veces, pero en esta ocasión no desde el taxi, sino desde su escondite, que los policías sitúan en un vulgar edificio de dos pisos de un barrio de clase media de Medellín. La última llamada, a las 14:56, es con su hijo. Sus últimas palabras son: "Te dejo porque aquí está pasando algo raro".


Pese a que estaba acompañado sólo por un escolta, quien también murió en el operativo, Escobar opuso resistencia y disparó al tiempo dos pistolas mientras trataba de escapar por el tejado de la casa en la finalmente fue muerto por la Policía.

Fuerzas especiales de la policía rodean el inmueble, ubicado en la calle Carrera 79-A. Al verse rodeado, Escobar intenta escapar por el patio, pero cae abatido sobre el tejado, con tres impactos de bala en su cuerpo: uno en la pierna, otro en el hombro y otro más, el definitivo, con orificio de entrada y salida frontolateral en la cabeza.

Su cadáver, exangüe y barbado, es sometido a autopsia, a la que asisten su hermana Luz María y la viuda de su lugarteniente Limón, que cayó con él en el asalto. Un agente de la DEA corta pedazos de la barba del cadáver como recuerdo y trofeo.

Su presencia en la mesa de autopsias no basta para que las interpretaciones sobre la muerte proliferen; Luz María lanza la hipótesis de un improbable suicidio. La leyenda empieza un segundo después de que el suceso sea hecho público con esta declaración del policía Hugo Aguilar: "Larga vida a Colombia, Pablo Escobar ha muerto".




Su lugarteniente “Popeye”, preso, se entera de la noticia por medio de la televisión. En sus memorias, cuenta el suceso:

“La noticia recorre el mundo, anunciando la muerte del Capo. Cuando me entero, se me embota la cabeza; Iván Urdinola me llama a su celda, se le ve contento y dice: ‘Popeye, esto es lo mejor que nos pudo pasar a todos. Esta aseveración muestra lo que la mafia siente por el hombre que tumbó la extradición. Los policías bailan en un solo pie, un agente de la DEA corta medio bigote del cadáver de ‘El Patrón’ y lo toma como recuerdo o quizá como un trofeo. Iván Urdinola llama a Cali y la fiesta es total; los mafiosos del Cártel de Cali en la cúspide del poder. Miguel Rodríguez, llorando de la felicidad, abraza a sus amigos. Gilberto Rodríguez y Pacho Herrera (del Cártel de Cali) le acaban de ganar la guerra a Pablo Escobar Gaviria. Los tontos no saben que esos mismos agentes norteamericanos van más tarde por ellos. Los ricos festejan en las calles, la euforia llega a la clase política, a los empresarios, a la justicia, a la embajada norteamericana. Todos paran sus actividades y arman una fiesta. El Presidente de la República, César Gaviria Trujillo, se pronuncia ante el país, con una sonrisa en sus labios; anuncia de forma ilusa e ingenua el final del terrorismo y la violencia, avizorando un gran futuro para Colombia; los militares de plácemes; ministros y altas personalidades del país en euforia colectiva. Los informativos enloquecidos; la prensa hablada vuelca todo su odio contra el abatido Pablo Escobar.

“Los gobiernos felicitan al Presidente Gaviria. Iván llama de nuevo a Cali y le informan que la mafia ha organizado una gran fiesta; miles de botellas de licor se destapan a nombre del recién caído Pablo Escobar. El Presidente recobra su prestigio político, perdido el día de la fuga de La Catedral y pasa a la historia como el mandatario que abate al temible capo. Los Estados Unidos lo premiarán por eso. Los altos funcionarios estadounidenses, a la cabeza del Presidente de la Nación, se pronuncian complacidos ante los medios de comunicación; George Bush padre da un parte de victoria. La Policía Nacional recobra su tranquilidad y credibilidad a nivel mundial. Pero no todos en Colombia festejan la muerte. Lo lloran su viuda María Victoria Henao, su bella hijita Manuela, su afligido hijo Juan Pablo quien, en su dolor, se lanza a los medios de comunicación prometiendo venganza por la muerte de su padre. La congoja invade a sus hermanos, sus sobrinos, su sufrida madre doña Hermilda, don Abel su padre, los habitantes del barrio ‘Pablo Escobar’ y los humildes de Antioquia y el resto del país. Lo lloramos sin lágrimas los hombres que lo dejamos solo y ahora estamos en prisión. Yo miro con pena a todos por haberlo abandonado a su suerte, me doy cuenta de lo grande y poderoso que era ‘El Patrón’; cuando andábamos juntos lo miraba con respeto y admiración, porque en realidad era un gigante. Un visionario de la dignidad nacional…”

Su tumba, situada en el cementerio Jardines de Montesacro, cerca de Medellín, sería considerada una de las más visitadas de Colombia. Se encuentra al lado de la tumba de su padre, Abel de Jesús Escobar, quien falleció en 2001 y pidió como último deseo ser sepultado junto con su hijo. Nunca le faltan flores frescas. El epitafio en la lápida de Escobar, una cita de Confucio, es enigmático: “Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo. Cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo”.
Pablo Escobar estaba muerto y nadie terminaba de creerlo. “El Mataniños”, el hombre responsable de más de diez mil asesinatos, dejaba vía libre a otros narcos tan sanguinarios como él, pero también menos carismáticos. Tras Escobar se acentuaron la guerrilla, los grupos paramilitares, la guerra sucia. Pero no todo era ruina. Su leyenda engordaba en los suburbios de Medellín y su imagen alimentaba interpretaciones artísticas que lo mostraban como un Corazón de Jesús con túnica de camuflaje y una granada en el pecho, o como uno de los héroes del siglo XX, junto a Lady Diana y Carlos Gardel.

Mucha gente afirma que Pablo Escobar Gaviria sigue vivo. Tienen la foto de Escobar entre las de sus hijos y las estampitas de vírgenes y cristos, mientras aguardan la vuelta de su mesías y le rezan ante hornacinas saturadas de velas. Los Tigres del Norte, grupo musical mexicano, le compusieron en homenaje un corrido titulado “Muerte anunciada”, que en su estrofa inicial afirma:

“Era una muerte anunciada
desde que ganó la cima;
puso el mundo de cabeza
el Zar de la Cocaína,
pero cayó en Medellín
don Pablo Escobar Gaviria...”
.

O, en las propias palabras del capo, pronunciadas ante su lugarteniente poco antes de su muerte: “’Este es el epitafio que quiero para mi tumba: ‘Fui todo lo que quise ser: un bandido’”.


“Prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en EE.UU.”.





MUSICA



PELICULAS





lunes, 24 de diciembre de 2012

24/12


Hoy ponte esta pesada mascara, esta apestosa mascara, una mascara que encaje con todos porque hoy es una celebracion mas de mentiras de un supuesto amor y paz que no es mas que "nihil" para sostener un sistema vacio de alma y lleno de basuras, hoy un niño imaginario que nunca crece da regalos a gente con dinero y en otro lado un gordo sin oficio da regalo a cambio de que?



Asi que, come, bebe, da y recibe regalos olvidate lo jodido que estas, olvida lo mierda que es esta maldita humanidad


Disfruta el letargo, viaja por este espejismo, vive en esta carcel mental que impone este sistema

Seres cada vez mas biomecanicos, cada vez maniacos a lo mecanico de la vanidad de vanidades, gusanos apaticos se arrastran en este siclo hasta su sepultura mental 



miércoles, 19 de diciembre de 2012

Joshua Phillips



En 1998 Joshua Philips de 14 años asesino a su vecina Maddie Clifton de 8 años, el la golpeo con un bate de béisbol luego la estrangulo con un cable de teléfono durante unos 15 minutos. Poco después, él la volvió a golpear con el bate de béisbol y la apuñaló 11 veces. Después oculto su cuerpo debajo de la cama de agua.

La policía suspendió la búsqueda de Maddie, pero persistió la comunidad, incluyendo a más de 400 voluntarios. Una recompensa fue ofrecida, que inicialmente era de $ 50.000, pero se duplicó después. Uno de los voluntarios era Phillips.

Maddie Clifton





Su madre fue a limpiar su habitación una mañana después de que Phillips se fuera a la escuela. La señora Phillips se dio cuenta de que había un charco junto a la cama de agua de su hijo, y pensó que habría una fuga. Mientras investigaba alrededor buscando un agujero, encontró unas cuantas bandas de cinta aislante uniendo una rotura. Lo primero que pensó fue que su hijo la habría roto y no quería meterse en problemas. Empezó a quitar cinta aislante y descubrió que detrás había una toalla enrollada, y al quitarla sintió algo más detrás. Ahí fue cuando descubrió el cuerpo sin vida de Maddie Clifton que llevaba desaparecida 7 días. La gente del barrio, especialmente los padres del niño, apenas podían creer que aquel chico había matado a Clifton incluso se unió como voluntario en la búsqueda de la niña desaparecida. 

El chico fue detenido y dio su versión de lo que había ocurrido. Contó que estaba jugando con Maddie en el patio de su casa, que le pegó un pelotazo en el ojo y la nena empezó a llorar a los gritos. El adolescente dijo que en ese momento entró en pánico por miedo a que su padre lo castigara. Y que, en medio de un gran desesperación, metió a la nena en su dormitorio y la golpeó en la cabeza con un bate. La apuñaló en el pecho y en el cuello y la escondió debajo del colchón. Fue al baño a lavarse y escuchó que la víctima seguía gimiendo. Entonces volvió a apuñalarla. La autopsia reveló que la nena recibió, en total, once puñaladas, nueve en el pecho y dos en el cuello. El cadáver fue hallado en ese mismo lugar, una semana después, por la madre del adolescente, Melissa Phillips. La mujer, aterrorizada, enseguida llamó a la policía. El abogado que defendió al chico durante el juicio, Richard Nichols, intentó demostrar que no se había tratado de un asesinato premeditado y que el pánico que le provocó el accidente del pelotazo en el ojo lo volvió incontrolable, más allá de su voluntad. Para el abogado, el chico fue víctima de una horrible historia como las de Stephen King, el famoso escritor de relatos de horror. El defensor sostuvo durante el juicio que el chico había actuado en una situación emocional límite y que no tuvo intención de matar. Y pugnó para que su defendido fuera condenado por homicido preterintencional, que tiene un pena menor que el asesinato en primer grado. 

El fiscal Harry Shorstein afirmó que la historia que relató el acusado es inverosímil. No había sangre en la pelota ni en el patio y ni siquiera había tierra en el cuerpo o la ropa de Maddie, aseguró.Y atribuyó el caso a motivos sexuales. Dijo que el cuerpo apareció sin pantalones ni ropa interior y que el adolescente había tenido charlas sobre sexo con la víctima y su hermana Shorstein descreyó de la teoría del pánico y sostiene que el crimen no merece ningún atenuante. Fue simplemente un brutal asesinato en primer grado, resumió el fiscal. 




Como era menor de 16, no pudo ser condenado a pena de muerte. Pero fue acusado de asesinato en primer grado fue encarcelado de por vida sin posibilidad de libertad condicional.